SENDERO TRANSPERSONAL

INTEGRANDO PSICOLOGIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE

Bienvenidos al blog!

La Psicología Transpersonal o Integral, es un enfoque terapéutico que apunta a que el ser humano alcance niveles óptimos de salud psicológica, dándole importancia a la expansión de la conciencia.

Se trata de un acompañamiento terapéutico para que la persona aprenda a observar sus patrones mentales, sus creencias, que son la causa del malestar, que aprenda a desidentificarse de sus contenidos mentales, a trabajar con sus emociones saludablemente, que aprenda a hacerse responsable de sí misma, de sus relaciones, de sus experiencias, sin culpabilizar al entorno, a la vida por lo que le sucede, comprendiendo que la adversidad, es una oportunidad de cambio y desarrollo personal.

Capacita al paciente para que aprenda a satisfacer de una manera saludable sus necesidades a todos los niveles: físico, emocional, mental, espiritual, aprendiendo a conectar con la dimensión trascendental; todo ello conlleva a una integración de su personalidad y a alcanzar niveles superiores de salud psicológica, para luego poder trascenderla y conectar con la esencia.

Se toman en cuenta los problemas, dolencias particulares que empujan a la persona a una consulta y se las trabaja e integra, pero el enfoque principal de la Terapia Transpersonal, que la hace diferente y más abarcativa que otras terapias psicológicas (integra psicologías de oriente y occidente) es el de capacitar a la persona para que aprenda a conectar con sus propios recursos internos y permita desplegarse sin temores al proceso de crecimiento natural.

La terapia utiliza diferentes técnicas que se adaptan a las necesidades del paciente y a su estado de consciencia, integrando los niveles físico, mental y emocional (ego) y luego trascendiéndolo hacia los valores superiores, como la compasión, el amor a los demás seres vivos, el sentido de la propia vida, el desarrollo de la creatividad, etc., favoreciendo cambios en su nivel evolutivo.

martes, 12 de marzo de 2024

Escritura Terapéutica

 

La escritura terapéutica, también llamada emocional o expresiva, es una técnica que se utiliza en Psicología desde los años 80 y que ha sido objeto de varias investigaciones, algunas hemos comentado, a través de las cuales se ha podido comprobar que escribir sobre nuestras emociones, es particularmente beneficioso y una buena forma de afrontar los problemas.


Es cierto que en un primer momento, se puede experimentar cierto grado de malestar y tristeza, pero los síntomas de ansiedad y depresión remiten rápidamente, así como los pensamientos indeseados y recurrentes. También mejoran las relaciones interpersonales, el desempeño en el área académica o laboral y las personas experimentan más emociones positivas.

El secreto de la escritura emocional radica en que nos permite darle un sentido a lo que estamos viviendo, integrar el evento traumático en nuestras experiencias de vida. Cuando escribimos, no solo logramos asimilar la experiencia, sino que también la despojamos de su impronta negativa y logramos adoptar una perspectiva más objetiva y racional. Por lo tanto, escribir expresando nuestras emociones nos ayuda a desarrollar una actitud más resiliente.

Cuando los sujetos hablan o escriben en torno a sus experiencias personales emocionales, experimentan mejoras significativas en sus niveles de salud física y mental, facilitándose el afrontamiento del malestar emocional (Pennebaker, Zech y Rimé).

Básicamente, este paradigma de la Revelación, presenta un modelo teórico y experimental, formulado inicialmente por Pennebaker (1989), que pone en relación la inhibición emocional y la enfermedad, por el cual la inhibición requiere un trabajo fisiológico que influye negativamente sobre la salud. Además, estos efectos se han mostrado consistentes entre diversas culturas y niveles culturales y sociales.

Progresivamente se han ido delimitando un mayor número de efectos cognitivos y sociales ligados a la revelación, que demuestran que revelar nuestro estado emocional a los otros, produce un significativo efecto positivo que facilita la reconceptualización de la magnitud del acontecimiento (Greenberg y Sa fran), además facilita la recepción del apoyo social (Davison, Pennebaker y Dickerson) del que pueden proveernos desde el entorno familiar más próximo a las redes institucionales de asistencia.



Comenzando a escribir

Para comenzar, hace falta un cuaderno y un bolígrafo o un ordenador, aunque es mejor el primero.

Se puede elegir cualquier lugar para escribir, en casa, en un parque, una biblioteca, una cafetería. También se puede llevar encima una pequeña libreta para reflexiones, anécdotas, debates internos, etc., para después poder escribir sobre ellos más detenidamente, más ampliamente.

Se puede hacer un hábito de la escritura o bien utilizarla en momentos puntuales de la vida, donde haga falta una ayuda para sacar fuerzas del interior, desbloquearse o resolver ciertos conflictos.

También se puede intercalar en un diario personal. Toda escritura es una manera de conectar con nuestro más hondo y a veces olvidado yo.

La escritura nos ayuda a reinventarnos, a buscar un centro donde colocar nuestro eje, a reinterpretar nuestra historia y a darle un sentido, convirtiéndola en un relato coherente y único donde tenemos el privilegio de ser al mismo tiempo protagonista y narrador.

También tenemos la posibilidad de reconciliarnos con nuestra soledad, porque mediante ella, los seres humanos accedemos a nuestro propio descubrimiento y nuestra propia aceptación.

La ventaja del cuaderno y lápiz es que siempre podemos llevarlos a mano, como un amigo que nos ama, escucha y comprende, que no es más que uno mismo.



Beneficios de la Escritura Terapéutica

Los efectos de escribir sobre sus propias experiencias traumáticas, generan en las personas:

  • Mejora en la función inmunológica.
  • Mejora del funcionamiento pulmonar en pacientes con artritis.
  • Reducción de la presión sanguínea y el ritmo cardíaco.
  • Reducción del estrés mental y la ansiedad
  • Mejora el estado de ánimo
  • Incremento de la comprensión de uno mismo.
  • Ordenar, identificar, reconocer y regular emociones, sentimientos y pensamientos. Autorregulación e integración emocional. Reconciliación de los conflictos emocionales.
  • Nos permite observar y reflexionar sobre nuestros miedos, fobias, obsesiones, traumas, prejuicios…
  • Aumento del autoconocimiento y la autoconciencia.
  • Enriquecimiento de la voz interior y la perspectiva personal.
  • Autodescubrimientos de diferentes maneras de resolver los problemas.
  • Aumento y mejora de los procesos creativos y de la imaginación.
  • Mejoras en indicadores de salud psicológica.
  • A medio y largo plazo se reducen los síntomas depresivos, la rumiación mental y la ansiedad.
  • Al escribir se ponen en funcionamiento los dos hemisferios cerebrales, que interrelacionados ayudan a la regulación del sistema límbico y el equilibrio emocional.
  • Al expresar los pensamientos, sentimientos o comportamientos vinculados con traumas emocionales, se alivia el estrés, bajan los ritmos cardíacos y mejora la actividad del sistema inmune, haciendo llevaderos los síntomas de enfermedades que podamos tener.
  • Una narración sobre un trauma tiene efectos positivos en la medida que se construye un escenario causal, que le da orden y explicación a lo ocurrido.
  • La narración enfatiza los aspectos positivos, de crecimiento personal y de mejora de las relaciones con los otros probablemente, que se asocian sino al hecho, a las reacciones posteriores.
  • Se aceptan y no se reprimen las emociones negativas, aunque tampoco se enfatizan como elemento principal –tanto un nivel muy bajo como muy alto de palabras emocionales negativas se asocia a un peor ajuste psicológico a medio plazo.
  • Las narraciones más beneficiosas son aquellas en las que la persona oscila entre varios puntos de vista, a veces escribe en primera persona singular y otras en tercera persona plural, mostrando un distanciamiento y cambio de perspectiva.



domingo, 25 de febrero de 2024

Utilizar la sombra como aliada


 Nuestra sombra no es “una equivocación”, sino una mensajera que indica nuestro particular territorio a atravesar para crecer.
Si en vez de escuchar su mensaje lo ignoramos tratando de ocultarlo en las profundidades de nuestro ser, la investimos de poder para que cambie su función de emisaria y nos haga daño en nuestras vidas: estamos dejándole que gane la partida.
Cuando no somos capaces de admitir nuestras debilidades, nuestra vulnerabilidad, reconocer nuestras conductas inadecuadas, entonces gana la sombra.
Cuando nos negamos a aceptar nuestra naturaleza tal y como es, gana la sombra.
Si no iluminamos la oscuridad de nuestros impulsos humanos y naturales con la luz de lo que es real, entonces gana la sombra.
Hasta que no aceptemos todo lo que somos, la sombra tendrá el poder de impedir nuestra felicidad.
                     Pablo Caño


Lo habitual es que ocultemos lo que nos duele, nos parece indigno e inadecuado, lo que vivimos como conflictivo para nosotros o para los demás.
La última meta de la terapia es hacer consciente lo inconsciente, poner luz en donde no hay.
Nuestro lado oscuro tiene que ver con lo que reprimimos y empujamos al fondo de nosotros, a un lugar en el que teóricamente no es visto por nadie, ni siquiera por nosotros. Porque nos genera dolor, culpa o resentimiento, nos supone vergüenza y sentimientos de no ser como deberíamos, porque tememos que no será recibido ni aceptado por los demás y que por tanto estos nos retirarán su amor.
Es cierto que en ocasiones no somos muy conscientes de esto, pero si nos detenemos e indagamos sinceramente en nuestro interior, encontraremos que estas o parecidas son las razones por las que empujamos y empujamos hacia el más profundo e inaccesible sótano de nosotros determinados aspectos o inclinaciones que nos parecen inaceptables.

En realidad, La sombra es uno de nuestros mayores tesoros. Nos permite ver los aspectos más inconclusos de nuestro ser. No es un problema que debamos resolver o algo que debamos ocultar, sino la posibilidad de ampliación del campo de nuestra consciencia y de experimentar la fuerza escondida en nuestra debilidad cuando es iluminada, aceptada, abrazada e integrada.

Es de sabios convertir en la medida de lo posible a su enemigo en aliado. Cuando dejamos de luchar en su contra y nos disponemos a escucharle, aceptando lo que dice y permitiéndonos dejar a un lado la condena, puede que encontremos una alianza mucho más fructífera que la guerra o el temor.


En el trabajo terapéutico:

- En vez de luchar, aceptamos y observamos. En vez de resistir, nos rendimos.
- Restablecemos también el contacto con nuestras capacidades ocultas.
- Ampliamos nuestro autoconocimiento y, en consecuencia, nos aceptamos de manera más completa.
- Podemos encauzar adecuadamente las emociones incómodas que irrumpen inesperadamente en nuestra vida cotidiana.
- Nos liberamos de la culpa y la vergüenza asociadas a nuestros sentimientos y acciones repudiadas.
- Reconocemos las proyecciones que tiñen de continuo nuestra opinión de los demás.
- Sanamos nuestras relaciones mediante la observación ecuánime de nosotros mismos y la comunicación directa.
- Accedemos a la integración en nuestra vida de todas nuestras partes, de todo lo que somos, lo que nos lleva a la calma interior y nos orienta hacia la plenitud.


Habitualmente dejamos ver nuestra parte más luminosa, pero escondemos con empeño la parte de oscuridad que también tenemos. Nos resignamos a no estar completos expulsando de nosotros lo que enjuiciamos inaceptable.
Nos cuesta reconocer que estamos hechos de luces y sombras, que ambas interactúan y danzan para conformarnos.
Hasta que no pongamos presencia en esta parte oscura, será difícil vivirnos desde la integración y la plenitud.


Sin el conocimiento de la sombra es imposible conocerse bien. El reconocimiento y la reintegración de la sombra nos permiten recuperar aspectos propios y ajenos que estaban repudiados.
Es el camino para conocerse a sí mismo y la primera condición del crecimiento humano.
Hacer las paces con la propia sombra y entablar amistad con ella constituye la condición fundamental de una auténtica autoaceptación pues ¿Cómo podríamos aceptarnos a nosotros mismos y amarnos de verdad si una parte de nosotros es ignorada o vista como enemiga?

Quien evita la aventura de conocer y atravesar su sombra, tarde o temprano se sentirá estresado y deprimido, atormentado por un sentimiento difuso de angustia, de insatisfacción consigo mismo y de culpabilidad, abrirá quizás la puerta a obsesiones y se sentirá arrastrado con frecuencia por impulsos y emociones. Es energía contenida y atrapada en aspectos rechazados y no mirados, que busca cualquier fisura para expresarse y reclamar su lugar.


Trabajar con la sombra en terapia es trabajar con el alma. Pues para que se produzca la alquimia en el trabajo terapéutico, no sólo tenemos que tener preparación y experiencia, sino también la destreza para ver la belleza, la fragilidad y el misterio que reside en el otro. Para distinguir el alma apresada en sus máscaras. Es un trabajo de alma a alma. Sólo así podremos ayudar a liberar todo el potencial y la verdad del ser que tenemos junto a nosotros.
Jean Shinoda Bolen


Hay una conexión entre nuestras sombras y la energía que proyectamos al mundo por medio de nuestras actitudes y acciones. En realidad los conflictos en los que sostenemos que “la pelota no está en nuestro tejado”, tienen muchas probabilidades de ser simplemente un reflejo de nuestra sombra.

Cuando nos comprometemos a explorar nuestras zonas sombrías, comprobamos cómo no sólo mejora la relación con nosotros mismos, sino también con todo lo que nos rodea.



ACOMPAÑAMIENTO  EN  PROCESOS  TERAPÉUTICOS

CONSULTA PRESENCIALES - CONSULTAS SKYPE



Juana María Martínez Camacho

Terapeuta Transpersonal
Terapeuta Acompañante en Bioneuroemoción
Facilitadora Internacional CMR (Liberación de la Memoria Celular)
      (Cellular Memory Release)
Anatheóresis (Psicoterapia Regresiva Perceptiva)
Formación Internacional en Psiconeuroinmunoendocrinología
      (IPPNIM)
Yoga Terapéutico Integral
Especialista en técnicas de reducción del estrés (Mindfulness- Meditación-
        Coherencia Cardíaca- Relajación Guiada, Visualización, Concentración, Contemplación)
Terapias Naturales Holísticas (Quiromasaje, Reiki, Reflexoterapia, Osteopatía
        Craneosacral y Visceral, entre otras…)


www.centroelim.org        Telf.- WhatsApp  653-936-074

 



sábado, 24 de febrero de 2024

La vida

 

Vemos la vida como algo que ocurre a nuestro alrededor y quizás por eso nos sentimos víctimas de la vida, víctimas de lo que ocurre. 
No vemos que la Vida está ocurriendo dentro, que la Vida está naciendo en nosotros, que todo lo que ocurre fuera es una extensión de la Vida que nace en nuestro corazón. 

Eso no te lo puede enseñar nadie. Sólo tu Vida tiene los recursos para mostrártelo, pero, para verlo, tienes que abrirte a mirar allí dentro. Cuando te abres, te das cuenta que todo lo que ocurre en tu Vida está diseñado para ayudarte a mirar justo ahí en el centro, para que puedas ver el origen de la Vida, para que puedas ver el sentido de tu Vida, para que puedas ver más allá de tu sufrimiento. 
En este punto hay una brecha: intentamos comprender lo que es la confianza en la Vida desde un aspecto de desconfianza hacia ella. Y no se puede comprender desde allí. Es como tratar de entender el mundo submarino mirándolo desde la superficie. 
Puedes creer que sabes mucho porque llevas muchos años mirando, pero no sabes nada. Hasta que no te zambulles en la mar, y descubres lo que significa estar dentro, no puedes valorar lo que sabes o lo que no sabes.

Mucha gente, cuando empieza a hacer este proceso, cree que no lo está haciendo bien o que no le sale, que están muy verdes en el proceso.
Es mentira. Son apreciaciones de ellos mismos. Si se parasen a preguntarle a la Vida ¿Oye Vida, dónde estoy yo? ¿En qué momento de mi Vida me encuentro? se sorprenderían de la respuesta que la Vida les daría. 
Porque la Vida siempre está en el máximo esplendor, la Vida siempre está dándose completamente y te das cuenta de cómo nos autoengañamos. Cómo creemos que estamos mal un día quizás y no es cierto. Algo se está moviendo en nosotros, algo se está abriendo, algún sufrimiento o algún dolor está llegando a la superficie, y eso es algo hermoso, pero no confiamos en ello. 
Creemos que algo malo está pasando porque le tenemos miedo a la Vida. Creemos que es una amenaza, que puede ocurrir algo que nos haga sufrir y esa creencia no es cierta.


Sergi Torres

sábado, 10 de febrero de 2024

El diálogo interno

                                      

Es de vital importancia lo que nos decimos a nosotros mismos ante una situación que estamos experimentando. 
El diálogo interior está basado sobre el sistema de creencias, muchas de ellas inconscientes y afecta nuestro mundo emocional más de lo que nos imaginamos, pero también nuestros estados emocionales, creencias, etc., afectan nuestro diálogo interno.

Se ha descubierto que, cuando nuestro diálogo interno es nocivo, llega hasta el punto de “matar neuronas en ciertos centros cerebrales, como los hipocampos". (Dr. Mario Alonso Puig)

La facultad de Medicina de la Universidad de Harvard ha demostrado que entre el 60% y el 90% de las consultas a médicos generales en occidente tienen relación con determinadas emociones aflictivas que se prolongan en el tiempo.

Es muy importante ser conscientes de qué es lo que nos decimos ante las situaciones que vivimos, pues de esa interpretación, depende la calidad de nuestras experiencias, y es que según lo que nos digamos movemos estados emocionales que tienen que ver con sustancias químicas en el organismo, no es lo mismo sentirnos furiosos, que sentirnos contentos.

El diálogo interno, puede cambiar nuestro estado anímico en segundos.

«No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede»  Epícteto


Aprender a escuchar a esa voz interna, a ser conscientes de ella, nos ayuda a mejorar nuestra automotivación y a regular el mundo emocional, ya que contrario a lo que solemos creer, somos responsables de nuestro mundo emocional, de lo que sentimos.

Gran parte de la vida, solemos culpar al afuera por cómo nos sentimos y nos justificamos, estoy triste porque tal persona no me hizo caso, o estoy furioso pues mi pareja no me escucha, o estoy frustrado porque el país está en crisis… etc. 

Y es que sin negar la situación exterior, la verdad es que lo que yo interpreto, lo que yo me digo de lo que está ocurriendo tiene mucho que ver con mi estado, con lo que siento. 
El otro puede actuar a su manera, pero en mi interior yo decido si me afecta o no; y si me afecta, toca revisar qué patrones, maneras de funcionar se activan en mí que hacen que la situación me afecte y poder revisar sistema de creencias que ya no me apoyan a crear una vida saludable.

Así, al ir tomando conciencia de que somos responsables de nosotros mismos, nos damos cuenta que:

“nadie nos puede herir sin nuestro consentimiento”.


Conviene cuando nos decimos algo que nos hace sentir mal, confrontar la creencia, por ej. Si me sorprendo diciendo que soy torpe, preguntarme: ¿realmente es así, soy torpe?, ¿es del todo real lo que me digo?, ¿es así en todo momento? O ¿es que me comporte torpemente?, ¿habrá situaciones donde no me comporte torpemente?....entonces la creencia pierde fuerza.

Para poder detectar cómo nos hablamos a nosotros mismos, qué nos decimos, si ese diálogo es tóxico, y aprender a hablarnos de otra manera más saludable:

· Hemos de entrenar la mente a estar presente, aprender a observar sin juicio los pensamientos, adoptando una actitud meditativa, para sorprendernos cuando nos estamos hablando mal.

· Soltar la atención de los pensamientos (dejarlos pasar como si fueran nueves en el cielo) y dirigirla a las sensaciones corporales. ¿Qué estoy notando en el cuerpo? ¿Qué sensaciones físicas noto: tensión en la mandíbula, en el cuello, puños apretados, hormigueos, calor, opresión en el pecho, nudo en el estómago, etc.?

· Preguntarnos qué estoy sintiendo, ponerle un nombre a la emoción o sentimiento: enojo, rabia, tristeza, angustia, ansiedad…) al ponerle nombre, al etiquetar la emoción, o sentimiento, se activan áreas del cerebro que nos ayudan a ser más resolutivos.

Hay un estudio científico (universidad de California) que demuestra que cuando nombramos una emoción, la corteza prefrontal fabrica péptidos que inhiben la amígdala sobre-activada.


Desarrollando la Inteligencia emocional, podemos equilibrar y armonizar la parte emocional y racional del cerebro.


Al observar cual es el diálogo interno que nos lleva a sentirnos así, nos daremos cuenta que solemos decirnos cosas como: todo lo hago mal, siempre me pasa lo mismo, no cambio más, que estúpido soy, etc.

Luego de haber tomado conciencia de lo que me digo, podré ver cómo distorsiono los hechos bajo los efectos de la emoción y de las creencias; se trata de confrontar las creencias, para verificar si son realmente ciertas.


· Y me plantearé cómo puedo aprender a hablarme, o qué decirme a mí mismo ante esa situación que me haga sentir mejor.

· Haciendo esto, puedo volver a observar mis pensamientos y emociones y notar el cambio.

· Noto qué sensaciones físicas aparecen al cambiar el diálogo interno tóxico por un diálogo más amable y que me hace sentir mejor.

· Y por último miraré qué acción tomar, cuál es el primer paso a dar para poder cambiar la situación que no me gusta, pues al tomar acción desaparece la sensación de inmovilidad que nos genera la preocupación por algo.


La dificultad es que son muchos años de condicionamiento, de repetir maneras de funcionar con patrones instalados en nuestras redes neuronales que movilizan estados emocionales a los que nos tornamos adictos (como dice Candace Pert). 
Sin embargo, según las investigaciones de las neurociencias, el cerebro es plástico y podemos cambiar...


Se requiere entrenamiento y paciencia para funcionar de una manera más saludable...aprender a conocer lo que funciona en uno y a sanar lo que está irresuelto, principalmente en los estadios tempranos de la niñez, que es donde grabamos nuestras creencias, nuestra manera de ver el mundo, nuestros primeras heridas, que nos condicionan luego de adultos, hasta tanto las hagamos conscientes y las sanemos, aprendiendo a cubrir sanamente nuestras necesidades y a hacernos cargo de nosotros mismos....

 

www.centroelim.org 




lunes, 5 de febrero de 2024

Reconocer nuestras heridas


Todos, en mayor o menor grado a lo largo de nuestra vida reconocemos experiencias agradables y desagradables, necesidades insatisfechas o situaciones dolorosas. Así es la vida, con dos caras.

Si hemos podido resolver bien estos momentos, probablemente se hayan transformado en aprendizajes fecundos que han hecho de nosotros la persona que hoy somos. Pero casi con seguridad, algunos de ellos han sido evitados, resueltos “como hemos podido” o incluso enterrados en nuestras profundidades pendientes de que aún se les preste la atención necesaria. Es en estos casos cuando estas experiencias aún hoy se reflejan en nuestra vida adulta. Su huella se manifiesta en lo que llamamos “herida”. Como si ese aspecto necesitara ser atendido, limpiado, curado para poder cicatrizar de una vez por todas.

Especialmente significativos son las que vivimos durante nuestros primeros años, fruto de experiencias dolorosas o incomprensibles para el niño que éramos y más si ocurrieron con nuestros padres o con otros adultos significativos de nuestra infancia.

Hasta quien se recuerda como “un niño feliz” puede rastrear momentos infantiles en los que el dolor, un dolor infantil, se hacía presente.

Al nacer estamos totalmente en contacto con nuestras necesidades más profundas, y nos aceptamos con esas experiencias, defectos, potenciales, debilidades y deseos, sin censuras. Sin embargo, muy pronto nos damos cuenta de que a veces, siendo nosotros mismos, no somos bien recibidos en el mundo de los adultos que son importantes para nosotros. Y de ello deducimos, de forma intuitiva, que “eso” no es bueno.

Es un doloroso descubrimiento que marca nuestra vida posterior. Como no podíamos comprender lo que sucedía a nuestro alrededor, desarrollamos estrategias que nos sirvieron porque éramos vulnerables y teníamos necesidad de sentirnos seguros y protegidos.

Nos adaptamos a lo que sentíamos que los demás consideraban aceptable, y lo que nuestro entorno rechazaba, lo enterramos y comenzó a formar el terreno de nuestra sombra.

Como adultos, inconscientemente nos aferramos a esas estrategias aunque ya no sean válidas ni útiles, a pesar del sufrimiento que nos causan. Si no las hacemos conscientes, permanecerán enterrados pero no por ello dejarán de gobernarnos, aunque sea desde la sombra.

Habitualmente negamos y ocultamos la herida. Podemos, y de hecho lo hacemos, utilizar diferentes ungüentos para aliviarla, como dedicarnos al trabajo, a los hijos, al éxito o a cualquier “distracción”. Pero bien sabemos que, cuando una herida está infectada, de nada sirve cubrirla simplemente con medicamentos milagrosos. Antes, hay que tener el valor de levantar la costra y limpiar.

Entonces sí que podemos emplear remedios para evitar que vuelva a infectarse.

Un proceso terapéutico es la oportunidad de abrir y limpiar nuestras heridas. Con valor y con la presencia de alguien que nos sostiene cuando el dolor nos hiere.

Cuando algo no está resuelto casi siempre falta el primer paso de la aceptación. Que no es resignarse ante la fatalidad, sino abrirse al significado que el dolor trae en sí mismo.

Aceptar una experiencia no significa que estemos de acuerdo con ella, sino que le damos permiso para alzar su voz y enseñarnos algo.

Hasta que no nos reconciliamos con nuestra herida, a veces sanándola y otras sencillamente haciéndola consciente y teniéndola en cuenta, la vida se empeña una y otra vez en recordarnos que tenemos un aprendizaje pendiente.

La gran oportunidad que está a nuestro alcance, es trabajar con nuestras heridas para transformarlas en aprendizajes que nos permitan dotar de sentido nuestro pasado. Reconocerlas como un tesoro valioso del que hoy podemos aprender.

Curiosamente, cuando ante una experiencia hay falta de aceptación, es decir, juicios, culpabilidad, miedo, queja o cualquier otra forma de resistencia, parece que nos convirtiéramos en un poderoso imán que atrae sin cesar circunstancias y personas que nos hacen revivirla una y otra vez.




Te acompaño en el proceso..


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Juana María Martínez Camacho

Terapeuta Transpersonal
Terapeuta Acompañante en Bioneuroemoción
Facilitadora Internacional CMR (Liberación de la Memoria Celular)
      (Cellular Memory Release)
Anatheóresis (Psicoterapia Regresiva Perceptiva)
Formación Internacional en Psiconeuroinmunoendocrinología
      (IPPNIM)
Yoga Terapéutico Integral
Especialista en técnicas de reducción del estrés (Mindfulness- Meditación-
        Coherencia Cardíaca- Relajación Guiada, Visualización, Concentración, Contemplación)
Terapias Naturales Holísticas (Quiromasaje, Reiki, Reflexoterapia, Osteopatía
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domingo, 14 de enero de 2024

Regular las emociones

 

Regular las emociones es el próximo paso en la evolución humana.  

Instituto HeartMath


Hasta ahora, parecía que la relación con nuestras emociones podía establecerse únicamente a través de la expresión o de la represión; la expresión -si es inconsciente y reactiva- puede dañar a los demás, y la represión me hace daño a mí mismo.

Ahora bien, podemos aprender a expresar sin volcar nuestra energía en los demás, haciéndola consciente y haciéndonos responsables, o bien podemos aprender a “transmutar”; entre la expresión y la represión aparece la posibilidad de la transmutación

La “madurez emocional” es un proceso, y todo comienza por la toma de conciencia de nuestras emociones.


“Despertar a las emociones significa sentirlas, nada más y nada menos.” 
Jack Kornfield



Mientras nuestras emociones fluyan, podemos trabajar con ellas. En el momento en el que las interpretamos con historia, haciéndolas significar algo, las congelamos y se convierten en roca dura que bloquea nuestra fuerza vital.

Si estuviésemos dispuestos a sumergirnos en nuestros sentimientos dolorosos, el proceso sanador comenzaría automáticamente. Las emociones no son energías fijas, se transforman de manera natural y continua de una a otra.

Si evitamos sentirlas, paramos el proceso de transmutación y la energía se estanca en nosotros. Las emociones no siempre se transforman rápidamente de una a otra (aunque, de hecho, una persona emocionalmente sana puede desplegar una gran gama de emociones en un período muy corto de tiempo). La única manera en la que se transforman es con aceptación incondicional.

Debemos querer quedarnos con nuestro dolor, enfado, tristeza, etc., tanto como dure la sensación corporal.

Simplemente acepta todo lo que ocurra. Permite que cada experiencia sea lo que tenga que ser, libre de juicio y totalmente transparente.



Gestionar las emociones desde la Atención Plena

1. Parar, respirar.

Parar, llevar nuestra atención a ese movimiento emocional que emerge. Respirar profundamente. Nuestra respiración abre el espacio, ofrece nuestra disponibilidad. Posamos la atención en la respiración y en aquellas zonas del cuerpo donde la emoción se refleje. Respiramos la emoción.


2. Hacernos responsables.

Hacerse responsable es asumir cada emoción que vivimos como algo íntimo. Cada emoción surge de nuestro interior y nadie puede procesarla por nosotros. La emoción ya está presente en mí, no me es ajena. En realidad, nadie “me hace” nada, sólo “me lo mueve”. El otro solo despierta lo que habita en mí, el otro es el “despertador”.

Si no me hago responsable de mi estado interior, entonces hago responsable al otro, y entonces es cuando me convierto en su esclavo. Si mi estado interior está a merced de fuerzas ajenas a mi propio ser, también sitúo fuera de mí la libertad y el poder de transformarlo.


3. Presencia en la emoción.

Tomamos conciencia de todos los aspectos de la emoción que estamos viviendo. Nos permitimos sentirla plenamente, vivirla de manera directa, sin discurso intelectual, sin narraciones (recordamos que para que la emoción pueda ser trasformada ha de estar exenta de todo juico). Todo comienza por aprender a reconocer nuestras emociones.

A veces, éstas se presentan de manera muy difusa, muy abstracta. Podemos comenzar por lo más básico: esta emoción ¿me expande o me contrae, me abre o me cierra?
Después, podemos tratar de nombrar la emoción, el mismo hecho nombrarla nos facilita reconocerla, objetivarla. 
¿De qué emoción se trata? ¿Es ira, miedo, alegría, tristeza, etc.?

También podemos sentir donde se refleja en el cuerpo, podemos incluso percibir su forma, su temperatura, su densidad…

Y también podemos “darle voz”: si la emoción pudiera hablar, ¿qué diría? ¿Qué expresaría? ¿Qué es lo que está pidiendo? ¿Qué necesidad manifiesta? ¿Qué nos impulsa a hacer?

Tras reconocerla podemos abrirnos a su motivación profunda, aquello que en realidad le está confiriendo su energía.
 ¿De dónde proviene, qué la genera, con qué me conecta? ¿Existe otra emoción detrás de la emoción?

Observamos sin juzgar todo el proceso psicofísico que desencadena la experiencia emocional que estamos viviendo.


4. Aceptación y autocompasión.

Sea cual sea la experiencia que estamos viviendo, la aceptamos incondicionalmente. Permitimos que la emoción se exprese con libertad y absoluta legitimidad, abrimos el espacio necesario para que todo su potencial se despliegue y evolucione en nuestro interior sin restricciones.

Y si duele, nos damos cariño… Liberamos el amor y nos procuramos esa ternura capaz de aliviar el dolor que sentimos.

Thich Nhat Hanh (monje vietnamita) utiliza la imagen de una madre que consuela al niño que llora, acunándolo en sus brazos. La madre somos nosotros y el niño es la emoción que abrazamos. La madre comprende al niño, acepta lo que le pasa y lo consuela dándole su cariño. Así, el niño se calma. Esta imagen refleja maravillosamente lo que significa “darse cariño” ante una emoción dolorosa.


5. Soltar la emoción.

Suavemente, dejamos que la energía de la emoción siga su curso naturalmente, que se atenúe, hasta que se desvanezca.

Recordar que yo soy el espacio, no la emoción, propicia este flujo natural de la energía. La respiración puede ensanchar tanto nuestro espacio interior que lo que inicialmente aparecía como un torrente desbordado se convierta en un riachuelo que atraviesa el amplio valle de la consciencia. La emoción como una pompa de jabón en nuestra espaciosidad inmensurable.


6. Actuar o no actuar. 

Todo termina en seguir “la necesidad del instante”. Según sean las circunstancias, actuaremos o lo dejaremos estar. La misma inteligencia del corazón nos ofrecerá la “solución”.

“Si logramos la transformación y encauzamiento de la energía de las emociones, seremos capaces de articular una respuesta integradora y apropiada a la situación que las originó.” Vicente Simón



miércoles, 10 de enero de 2024

El dolor y el tiempo (Jeff Foster)

 

A menudo, el dolor va acompañado de una reacción mental estresante, nerviosa, a veces llena de ansiedad y de miedo..., de una avalancha de relatos sobre lo que ocurrirá o no ocurrirá en el futuro.

Siento dolor (o miedo o tristeza o cualquier sentimiento desagradable) justo ahora, pero estoy preocupado por cuánto durará, por cuándo terminará o si terminará algún día, por cuánto puede intensificarse.

¿Durará este dolor el resto de mi vida?

¿Se mantendrá como es ahora, o se hará más agudo?

¿Qué pasa si se vuelve insoportable?

¿Qué pasa si acaba matándome?

¿Qué pasa si...?

Se diría que la mente siempre quiere hacer que todo parezca peor de lo que es en realidad. Si te fijas, verás que tu relato de la realidad es siempre mucho peor que la realidad en sí.

En la realidad, jamás vas a tener que enfrentarte más que a este momento de dolor. Solo a este momento. Solo a lo que está sucediendo ahora mismo.

En el relato, tienes que enfrentarte al dolor en el tiempo. En el relato, ¡tienes que enfrentarte a todo el pasado y el futuro del dolor! Puedes incluso convencerte a ti mismo de que tienes que enfrentarte a toda una vida de dolor, lo cual suena demasiado insoportable incluso como pensamiento; es, literalmente, la idea que la mente tiene del infierno.

Pero, en la realidad, la vida siempre es clemente contigo: solo te da este momento, y nunca tienes la experiencia real de una vida de dolor. En la realidad, no existen los conceptos de «siempre», «para siempre» o «sin fin». El infierno es producto del pensamiento, nada más.

Piensa en cuando vas sentado en un avión durante una fuerte turbulencia. Tienes una intensa reacción de estrés, si empiezas a imaginar que la turbulencia podría ser excesiva y hacer que el avión se estrellara. El pensamiento es inigualable contando relatos de catástrofes futuras, pero ¿cuál es la realidad de la situación?

El avión atraviesa una zona de viento muy fuerte, y los vaivenes te sacuden de un lado a otro. Esa es la realidad: los bandazos del avión te zarandean en el asiento, ahora mismo. Eso es lo único que está sucediendo. Pero el pensamiento vive en el tiempo, y por tanto dice: «Bueno, en este momento todo parece estar bien, pero en el próximo momento nada estará bien. Ahora mismo la situación es tolerable y estoy vivo, pero solo dentro de un momento se volverá intolerable y moriré. La turbulencia va a empeorar cada vez más».

Y como reacción a este relato, pueden aparecer un sentimiento de náusea en el estómago, una falta de aire, presión en el pecho y en la garganta, y palpitaciones. No lo olvides, el cuerpo no conoce la diferencia entre el peligro real y el imaginario. Surge un miedo terrible, como si las cosas fueran a ponerse mucho peor. El cuerpo se prepara para enfrentarse o huir, o, si considero de verdad la posibilidad de que el avión se estrelle, se prepara para la muerte.

Así que ahí estás, sentado en el avión preparándote para la muerte, mientras el piloto tranquilamente guía el avión. Se ha encontrado con turbulencias como esta cientos de veces, y para él no es nada. La verdadera turbulencia está en tu pensamiento.

En tu imaginación, vas a bordo de un avión que ya se ha estrellado! En tu imaginación, ya estás experimentando lo inevitable.

Podrías decir: «Ya, pero es posible que un avión se estrelle, así que no estoy completamente loco».

A lo que yo te respondería: «Sí, pero el avión no se ha estrellado todavía». Mientras pienses que podría ocurrir, es que no ha ocurrido. En este momento, tu miedo más espantoso todavía no se ha hecho realidad. Y en este, tampoco. Ni en este.

De hecho, nunca, jamás llegamos a vivir ese momento tan insoportable del que la mente está tan aterrada. Solo existe el miedo de un momento insoportable; el momento en sí nunca llega.

Si las cosas fueran verdaderamente insoportables, si el dolor fuera de verdad demasiado intenso para el cuerpo, si la ira o el miedo fueran de verdad a superarte, si el pesar fuera realmente a hacerte pedazos, el cuerpo se quedaría inconsciente.

Mientras permanezcas consciente, soportas lo que quiera que esté sucediendo, aunque pienses o sientas que es insoportable. No existe el dolor insoportable.

Como la propia consciencia que eres, si está sucediendo, si aparece en la experiencia presente, lo estás soportando, lo mismo que el océano soporta cualquier ola, incluso aunque la ola se sienta insoportable en el momento.

Puedes sentir que algo es insoportable, que vas a morir, que no eres capaz de aguantar; puedes sentirte totalmente desbordado, impotente y sin esperanza, pero no puedes ser ese algo insoportable. Como espacio abierto, nunca puedes ser el desesperado, el impotente, el desbordado, pues lo que eres es pura capacidad incluso para el sentimiento aparentemente más sobrecogedor.

Puedes sentir que eres incapaz de aguantar, pero lo que eres aguanta siempre, en este momento...; y solo existe este momento.

Puedes sentir que estás a punto de morir, pero lo que eres está muy vivo.

Como percepción consciente, ya toleras lo que está ocurriendo...; de lo contrario, no estaría ocurriendo. Si fuera de verdad insoportable, si la vida fuera de verdad incapaz de soportar lo que está sucediendo, tú no estarías aquí para saberlo.

Darnos cuenta de esto puede quitarnos el miedo básico a la vida. Nunca alcanzamos el momento insoportable, lo mismo que la ola nunca llega realmente a la playa. En cuanto llega a la playa, deja de ser ola.

Por eso nadie ha experimentado nunca la muerte. La muerte no es una experiencia que «tú» puedas tener; la ola no puede experimentar su propia ausencia. En última instancia, no hay nada que temer..., incluso aunque aparezca un miedo atroz.

«No voy a salir de esta», «No puedo con ello», «Es demasiado para mí», «Me va a matar» son meras expresiones de miedo, expresiones apasionadas de un miedo que no se ha aceptado profundamente.

«Es insoportable» no significa literalmente que no seas capaz de soportarlo; no significa literalmente que lo que eres es «alguien incapaz de soportar esto».

Te sientes incapaz de soportarlo, pero ese miedo no te puede definir. La verdad es que ya lo estás soportando, en este momento. Y en este momento, que estás soportando, hay un miedo terrible a que no lo puedas soportar, a que no tengas las fuerzas necesarias; hay un sentimiento de ser demasiado débil para poder con ello. No pasa nada: en la más profunda aceptación, se permite que aparezcan todas estas olas. El dolor y el sentimiento de no ser capaz de soportarlo se aceptan, aquí, totalmente. Y ya estás soportándolos ambos a la perfección... Eso no es tan insoportable, ¿no?

Al final, nunca tienes que hacer frente a nada que no puedas soportar. La vida no va a darte nada con lo que no puedas —y esto incluye el sentimiento de que no puedes con la vida—, puesto que eres la vida, y la vida no está contra ti.

Recuerda que, si una ola aparece en la experiencia presente, quien realmente eres ya le ha dado su asentimiento; por eso está aquí.

Nunca tienes que hacer frente a nada a lo que no se le haya permitido entrar. Nunca tienes que hacer frente a lo inaceptable. Nunca tienes que soportar nada que sea realmente insoportable.

Solo cuando empiezas a comparar este momento con el momento siguiente, con un momento futuro, aparece el sufrimiento: «Este momento lo estoy soportando, pero no seré capaz de soportar el próximo. Dentro de lo que cabe, este momento está bien, pero no ocurrirá lo mismo con el próximo.

Ahora mismo, la turbulencia no es un problema serio, pero dentro de un momento lo será». Hacemos así que la turbulencia presente signifique muchísimo más de lo que realmente significa.

Es posible que la turbulencia empeore, pero sin el relato de que es insoportable, sin el relato de este momento comparado con el momento siguiente o con el anterior, seguirá presente la aceptación más profunda. La más profunda aceptación no desaparece nunca, ocurra lo que ocurra. Lo que eres está presente siempre. Incluso en medio de tus miedos más terribles, esa aceptación profunda seguirá existiendo, abierta a que la descubras.

En la realidad, siempre es este momento. El futuro nunca llega realmente, ¿verdad? El futuro solo existe como relato..., y como tu reacción a ese relato que surge ahora. Cuando llegue ese momento tan temido, será de hecho el «ahora», el momento presente. La experiencia que sea tendrá lugar en este espacio, el espacio que está aquí ahora mismo, y, dado que soy este espacio, sé que nada de lo que la vida ponga en mi camino me destruirá.

Así que dejemos que llegue la turbulencia. No sé cuándo llegará, y no estoy diciendo que quiero que llegue, pero si llega, ¡que llegue!, y cuando me encuentre frente a frente con ella, seguiré sabiendo que soy el espacio plenamente abierto en el que la vida sucede.

Lo que soy es la calma que hay en el ojo del huracán. No estoy en guerra con el huracán. Soy el espacio abierto en el que se permite que el huracán vaya y venga. No tengo miedo del huracán, y no porque me crea fuerte y valiente, sino porque sé que la tormenta soy yo mismo y que, en el nivel más profundo, no representa un peligro para mi vida. Así que, si viene, que venga. De modo que ya no tengo necesidad de estar preparado para luchar contra lo que haya de venir; puedo relajarme ante la vida y dejarla que se desarrolle, incluso aunque ese desarrollo traiga dolor.

Como espacio en el que ese dolor se manifiesta, soy más grande que el dolor, soy más vasto que ningún miedo; soy tan abierto y espacioso que la vida toda —cada pensamiento, sonido, sentimiento y sensación— tiene un lugar aquí.

De hecho, prepararse para combatir el dolor suele en realidad amplificarlo. Cuando, para evitar sentir dolor en el presente, me anticipo al dolor futuro, lo que hago es tensar el cuerpo entero, y esto provoca que cualquier dolor duela más. Intentar evadirnos del dolor lo exagera.

Cuando nos relajamos en él, en vez de hacer acopio de fuerzas para combatirlo, cuando encontramos la aceptación más profunda en medio del dolor, en vez de considerarlo un enemigo, descubrimos que la sanación está siempre muy cerca.

Podemos seguir haciendo todo lo posible por sanar físicamente, pero, la verdadera sanación no guarda ninguna relación con el cuerpo.

El cuerpo se zarandea en el asiento, y lo que tú eres es el espacio en mitad de la turbulencia, el océano en calma en mitad de la furia de la tormenta, ya completo, siempre sanado.